Día Viernes, 26 de Septiembre de 2025
Ya durante la campaña electoral que acabó llevándole a la presidencia, el Presidente Donald Trump había amenazado con tomar represalias contra varios países con los que EE.UU registraba importantes déficits en su balanza de mercancías, encontrándose en primera línea la República Popular.
Trump también acusaba a ésta última de prácticas desleales que iban desde la “manipulación” artificial del tipo de cambio de su moneda al robo descarado de propiedad intelectual y de “know-how” tecnológico estadounidense. La República Popular se convirtió, a ojos de los votantes del actual Presidente, en el principal culpable del proceso de desindustrialización y de pérdida de empleo sufrido por los estados donde antaño se ubicaban las industrias tradicionales (carbón, acero, textil) en los EE.UU, y en los que se encuentra el mayor número de seguidores de Donald Trump. Si hay algo que no se puede reprochar a éste último es, justamente, el no cumplimiento de sus promesas electorales. Después de meses de amenazas explícitas, la administración estadounidense pasó a la acción, el pasado ocho de marzo, con la imposición de un arancel del 10% sobre las importaciones de acero y otro del 25% sobre las de aluminio, aunque eximió a algunos países. Desde entonces, las medidas proteccionistas posteriores se han concentrado en el gigante asiático. Se han sucedido tres rondas de imposición de aranceles en las que en cada caso Trump amenazaba con la imposición de nuevas sanciones si la República Popular respondía con otra equivalente. Esto está siendo una constante en la actuación estadounidense en la actual guerra comercial: aplicar una sanción a China y amenazar con otra de mayor calibre en el caso de que esta última, opte por devolver el golpe en lugar de sentarse a negociar. El pasado 6 de julio la administración estadounidense impuso aranceles del 25% sobre 128 productos importados de China valorados en 34.000 mill.$, seguida, el 23 de agosto, con la imposición de un nuevo arancel por el mismo porcentaje sobre bienes importados de China por valor de 16.000 mill.$. Entre los bienes afectados destacan los automóviles y los discos duros, pasando por los componentes electrónicos y los electrodomésticos. Ni que decir tiene que la República Popular devolvió el golpe con estricta reciprocidad, gravando también en julio y septiembre con un arancel del 25% importaciones procedentes de EE.UU por un valor total de 50.000 mill.$, entre las que se encuentran productos emblemáticos como las motocicletas Harley-Davidson o el Bourbon. Como era de esperar, la respuesta china dio pie a una nueva andanada de sanciones estadounidenses. El pasado 18 de septiembre, la Administración estadounidense impuso aranceles del 10% sobre importaciones chinas valoradas en 200.000 mill.$, que entraron efectivamente en vigor seis días después. Según el comunicado emitido entonces por la Administración estadounidense, se dejará de plazo hasta finales de año para que las empresas estadounidenses puedan buscar cadenas de suministro alternativas, antes de incrementar las mencionadas tarifas hasta el 25%. La República Popular respondió a esas últimas sanciones con la imposición de aranceles del 10% sobre importaciones de bienes estadounidenses valorados en 60.000 mill.$.
Balance. Así pues, hasta la fecha el balance de las sanciones bilaterales de uno y otro lado es el siguiente. Los EE.UU han impuesto aranceles sobre importaciones chinas valoradas en 250.000 mill.$, en tanto que China ha hecho lo propio sobre importaciones procedentes de los EE.UU valoradas en 110.000 mill.$. Sin embargo, China no va a poder en adelante replicar de igual a igual las sanciones estadounidenses, habida cuenta de que sus importaciones procedentes de EE.UU, que en 2017 ascendieron a 130.000 mill.$, son muy inferiores a los bienes por valor de 526.000 mill.$ que el año pasado exportó a ese país. Dicho de otro modo, la Administración estadounidense cuenta con munición adicional, y el Presidente Trump, que lo sabe perfectamente, ya ha amenazado con la imposición de aranceles del 25% sobre 276.000 mill.$ de importaciones chinas, lo que representaría el 100% de las mismas, a partir del próximo año. Por otro lado, aunque China ya no tenga importaciones estadounidenses a las que imponer aranceles en respuesta a los movimientos de EE.UU, no por ello está desprovista de armas. Para empezar, podría contrarrestar los efectos de los aranceles devaluando su propia moneda. Incluso podría también acelerar el ritmo de venta de bonos del Tesoro estadounidenses, aunque esto le plantearía la duda de en qué invertir los fondos procedentes de sus excedentes comerciales, habida cuenta que en estos momentos existen pocos productos financieros tan seguros y, al mismo tiempo, tan rentables como los célebresT-Bonds.
Conversaciones a la vista. En las últimas semanas, se han producido algunos pequeños signos de deshielo, que han sido oportunamente celebrados por las Bolsas mundiales, ya que representantes de ambas administraciones han hecho público que los dirigentes de las dos superpotencias tienen intención de celebrar conversaciones bilaterales aprovechando la Reunión del G-20 que tendrá lugar a finales del próximo mes de noviembre en Buenos Aires.
Sin embargo, va a ser difícil que de esas conversaciones surja un acuerdo que desactive la guerra comercial actualmente en curso. El objetivo nunca ocultado de Xi Jinping, Presidente de China, es que su país alcance y luego supere a los EE.UU en materia tecnológica, por lo que no va a renunciar a seguir recortando su actual desventaja, aunque para ello tenga que seguir empleando medios poco ortodoxos, cuestión ésta en la que inevitablemente chocará frontalmente con Donald Trump.